19 de diciembre


A mediados del siglo XX, la comunidad de los inmigrantes japoneses de La Habana se reunía para un almuerzo anual en un restaurante del Barrio Chino. Venían para la ocasión algunos que no residían en la capital, quienes solían hospedarse en uno de los hoteles de los alrededores, en la populosa Centro Habana. Se recuerda como una tradición de la posguerra; ya tenía lugar al menos hacia el año 1950.

Siempre me ha llamado la atención que estos encuentros anuales ocurrieran a unos pocos años de la excarcelación del Presidio Modelo en 1946. A menos de diez años de que toda la comunidad japonesa del país, tanto hombres como mujeres, fuera declarada como “extranjeros enemigos de la República de Cuba”, por decreto publicado en la Gaceta Oficial el 19 de diciembre de 1941.

Este 19 de diciembre del 2021 se conmemoran 80 años de esta declaración que conllevó al progresivo internamiento de casi todos los hombres japoneses y sus descendientes varones mayores de edad, entre 1942 y 1943, hasta su excarcelación en 1946. 

Me gustaría recordar esta fecha reflexionando brevemente sobre una consecuencia de la declaración de 1941 y de los eventos que le sucedieron. La publicación de la Gaceta dio visibilidad a una comunidad de inmigrantes japoneses que estaba insertada en el tejido social de la nación, residiendo y trabajando en cada una de las provincias de Cuba. Aunque no era una población tan numerosa como la que constituyeron otros grupos nacionales asentados en la isla, aún resultaba significativa, sobre todo por su distribución a lo largo de todo el país. El reconocimiento local que podían haber tenido los japoneses en sus particulares regiones de residencia, se convertía ahora en un reconocimiento general por parte de la sociedad.  

Una de las consecuencias del internamiento que siguió a la declaración de 1941 fue que dio visibilidad a los japoneses entre ellos mismos. La convivencia forzada entre 1942 y 1946 fue más allá de la intencional humillación; también significó que casi todos los hombres japoneses residentes en el país en esos años se conocieron personalmente. A diferencia del internamiento de otros grupos nacionales, solo los japoneses fueron recluidos en casi su totalidad, en esa doble insularidad que representó el confinamiento en Isla de Pinos. 

Por eso siempre me ha sorprendido que los inmigrantes japoneses decidieran darse cita cada año para celebrar en público una identidad nacional por la cual solo unos años antes se habían ganado el título de “extranjeros enemigos”. Pero los individuos son más que sus circunstancias; tienen maneras de interiorizar y apropiarse de decisiones, políticas y decretos que otros imponen desde sus particulares espacios de poder. En cualquier lugar o tiempo. 

¿Hasta qué punto estos eventos de la guerra definieron a la comunidad de los inmigrantes japoneses y sus descendientes en Cuba? No hay mucha información sobre el tipo de comunicación que mantenían a nivel nacional o sobre las asociaciones que existieron antes de la guerra. Lo cierto es que los eventos de la década de 1940 trajeron consigo migraciones externas e internas; algunas de estas últimas contribuyeron al desarrollo y al aumento poblacional de algunas colonias ya existentes; surgieron nuevas relaciones interpersonales y entre familias; y es en la década de 1950 que se crea el modelo de agrupación nacional que se ha mantenido vigente hasta la actualidad. De la humillante y trágica experiencia (en la que algunos murieron), surgió también el legado de una comunidad de inmigrantes. 

Un legado que trataron de visibilizar y mantener a través de sus encuentros anuales, de sus tradiciones, de las historias que transmitieron a otras generaciones; de los sitios que crearon para honrar el recuerdo de los difuntos; de la documentación que preservaron y/o elaboraron sobre la presencia de los japoneses en Cuba. Y del sueño que tuvieron de crear una asociación nacional; un sueño que los descendientes de segunda generación trataron de hacer realidad hace 21 años (cumplidos este 2021), cuando presentaron una solicitud oficial para constituir legalmente dicha asociación. Inexplicablemente, su aprobación sigue pendiente y, en consecuencia, también el sueño de dar visibilidad institucional a la comunidad.

Este 19 de diciembre me gustaría conmemorarlo con la idea de la visibilidad, de reconocer públicamente el legado de estos inmigrantes. Ese ingrediente no tan conocido dentro y fuera de Cuba que, sin embargo, se ha cocinado por más de 100 años en el ajiaco que dicen que es la nación cubana. A pesar de que en el siglo XXI se ha hecho más visible la historia de esta inmigración y de su descendencia, a través de libros y otras publicaciones, documentales, intercambios con nikkeis de otros países, algunos reconocimientos institucionales, y del trabajo de la comunidad en general, así como del comité que la representa. La presencia japonesa en la isla aún suscita extrañamiento, a pesar de su legado centenario. Tomando como ejemplo los eventos de la guerra, no recuerdo de mis años de estudiante que se enseñara sobre el internamiento masivo que impactó la vida de cientos de japoneses, y en muchos casos también de sus familias cubanas.  

Darle visibilidad a la historia de la inmigración japonesa en Cuba no es solo cosa del pasado, pues sus descendientes forman parte de la sociedad presente; tampoco es un conocimiento exclusivo de una comunidad, sino que abre la puerta a muchas conexiones fuera de la misma. Al conocer sobre nuestras historias, de reconocernos, podemos descubrir muchas vínculos que compartimos como sociedad. Atando los cabos de nuestras mutuas historias, recientemente descubrí que los abuelos españoles de mi mejor amiga vivieron en el mismo central en el que se asentaron mis abuelos japoneses, en la misma época, todos conectados a una historia muy cubana de azúcar e inmigración en el siglo XX. También que el chef chino del restaurante en el que se reunían los japoneses en La Habana durante la posguerra, era el padre de una gran amiga de mi padre. El legado de los japoneses es así una manera de descubrir también el de otros grupos que han formado el ajiaco sociocultural cubano; por ejemplo, el hecho de algunos chinos (y coreanos) también estuvieron entre los “extranjeros enemigos” de la declaración de 1941, aunque muy pocos fueron internados. 

Que este 19 de diciembre sea un buen pretexto para recordar y para (re)conocernos un poco más.

 

Encuentro anual de japoneses, La Habana, década de 1950.

 

Foto cortesía de Francisco Miyasaka.