Del otro lado del lente: Chieko y Tõji
En chat con Raúl Sezai y Rosa María Sezai,
por Miharu M. Miyasaka
Sobre Chieko y Tõji Sezai lo primero que recuerdo son imágenes. Antes de conocer sobre sus vidas aprendí a reconocerlos en fotos que mi padre conserva de ellos, de sus hijos René y Raúl, de sus nietos, de cuando iban a La Habana a visitar a mis abuelos y a participar en los eventos de la comunidad japonesa. Ellos son parte de la imagen familiar más lejana en la que Obasan y Ojisan, como siempre los ha llamado mi padre, aparecen junto a los hermanos de mi abuelo, Saburo y Kyuji Miyasaka, en algún momento de la década de 1930, en algún lugar de Cuba. La historia de los Miyasaka y los Sezai se remonta a más atrás, a Nagano, Japón; a la madre de mi abuelo, Tsuyu Sezai, una de las hermanas de Tõji. Mi abuelo emigró a Cuba en 1924 siguiendo los pasos de su tío materno, quien arribara en 1917. Tõji luego viajó a Japón, y según un documento que conserva Rosa, regresó a la isla en 1923. Chieko (Kobayashi de soltera) parece que arribó a Cuba acompañada de los hermanos de mi abuelo hacia el año 1930. Se desconoce la ocupación o el lugar de asentamiento de Tõji en su primera estancia en la isla.
Hacia la década de 1920, las dos familias se asentaron en la provincia de Ciego de Ávila, otrora Camagüey. Sezai en el Central Morón (hoy Ciro Redondo) y mi abuelo en el Stewart (hoy Venezuela). Los centrales son una parte importante de la historia de los inmigrantes japoneses en Cuba, muchos se insertaron en el micromundo azucarero debido a las posibilidades de trabajo y asentamiento que allí encontraron, sobre todo al arribar al país. En varios centrales se establecieron colonias de japoneses (algunas numerosas), algo que no parece haber ocurrido en Morón y Stewart.
Chieko y Tõji vivieron el resto de sus vidas en Pina, donde actualmente residen sus nietos y otras generaciones de sus descendientes. Tõji falleció en 1969, cinco años después de la temprana muerte a los 32 años del mayor de sus hijos, René Toshio, el padre de Rosa. Tanto René como su hermano Raúl siguieron la ruta azucarera iniciada por sus padres; el primero trabajó en la administración del Central Morón, y Raúl (graduado de Ingeniería Civil en la Universidad de La Habana) diseñó, entre otros, el puente elevado que se alza sobre las vías ferroviarias que atraviesan el central.
De los Sezai, sus nietos conservan muchas anécdotas. También hay numerosas imágenes; Chieko y Tõji aparecen en muchas de ellas, en otras dejaron su huella del otro lado del lente, desde donde captaron instantes familiares, de sus amigos y de los habitantes de Pina. De gran importancia son las fotos que dejaron de la comunidad de los japoneses de Ciego de Ávila y Camagüey, entre ellas he podido identificar una de la boda de los niseis camagüeyanos Estrella Adachi y Santiago Kaida, quienes aparecen junto a sus respectivos padres: Katsuji y Kikue Adachi, y Gosaku y Chie Kaida. También hay muchas de cuando asistían a los eventos de la colonia japonesa en La Habana, fotos en las que aparecen en compañía de otros isseis, entre ellos los Ogawa, Nagase, Katow, Sakakibara, Matsumoto, Naito, Chikuy, Iwama. Su presencia en todas estas imágenes es el legado de una colectividad que traspasó los límites de la ciudad, el central o el batey, el pueblo o la provincia en la que residían los inmigrantes, quienes se visitaban a pesar de las distancias.
Los Sezai no solo fueron unos apasionados de la fotografía, sino que por muchas décadas tuvieron el único estudio fotográfico en Pina. Este es un detalle histórico importante, pues a su trabajo se le debe entonces una buena parte de la memoria visual de sus habitantes. De gran significación fue el rol de Chieko detrás del lente. Chieko fue esposa, madre de dos hijos, y fotógrafa; una mujer profesional cuyo día a día transitaba por las rutinas de la casa, la familia y el trabajo. Esto no fue muy característico en los matrimonios japoneses; aunque en Cuba hubo otros ejemplos en que las esposas japonesas trabajaron en los negocios familiares, por ejemplo, como barberas.
Rosa recuerda que su abuela “se ponía muy brava cuando algún cliente de la fotografía le decía china. –¡China no! ¡Japonesa! Y si no sabe mi nombre, compañera o señora–. Era famosa por decir eso, y por lo brava que se ponía. Le decían entonces: la japonesa”. Rosa heredó el apodo de su abuela; y así la llaman hoy en día en Pina. También me cuenta sobre su abuelo, quien “murió cuando yo tenía 5 o 6 años; de ese tiempo estuvo una parte enfermo, aunque me dio el cariño de padre que me faltó, pues mi padre René murió cuando yo tenía 1 año. Mi abuelo enseñó a mi primo Raúl y a mi hermana Alicia a contar los números y a decir algunas palabras en japonés. Mi abuela nos cantaba canciones japonesas; me enseñó a hacer flores de papel. Ella también hacía ramos de flores para novias. Los dos nos tiraban fotos por todos los acontecimientos”. Y algo que Rosa no olvida de esos tiempos es que su abuela Chieko “siempre estaba muy ocupada en la fotografía”.
Raúl guarda muchos y disímiles recuerdos de sus abuelos, cuando empieza a contarlos es evidente que podría seguir y seguir, viajando con cada anécdota a un pasado familiar muy querido. “Mis abuelos tenían un carácter afable, siempre ayudando a los demás, eran muy humildes a pesar de que con su trabajo lograron obtener cierta fortuna. Eran muy bondadosos y en el pueblo los querían mucho. Pasé parte de mi infancia al lado de ellos y muchos hábitos quedaron en mí para siempre, por ejemplo, yo no saludo con besos o abrazos, no lo hacía con mis padres y ahora no lo hago con mi hijo e hijas. Después de muchos años fue que me vine a dar cuenta de esto, pero allí en el seno de mi familia era normal. Desde muy pequeño comía de la comida japonesa que les enviaban a mis abuelos, y me adapté a comer el arroz que hacía mi abuela. Los japoneses son los mejores haciendo papalotes, recuerdo uno que me hizo mi abuelo. Era un muñeco sin “rabos” [cola], recuerdo que paró el tráfico cuando lo hicimos volar, todos se detenían para verlo. Mis abuelos crearon el primer estudio fotográfico de Pina [actual municipio Ciro Redondo], y fueron los primeros en ejercer esta profesión, a la que se dedicaron por muchos años. También hacían las coronas del pueblo para los funerales, y tenían una bella y productiva hortaliza. Todo eso lo hacían ellos solos, manifestando así la laboriosidad de los japoneses. Mi papá fue uno de los primeros universitarios de este pueblo, fue además el arquitecto del municipio por muchos años, y un destacadísimo y conocido pelotero. Pudiera contarte mucho más”.
Estoy segura de que queda mucho por contar sobre ellos. Este es solo un fragmento de un proyecto de documentación anecdótica y visual más extenso, sobre los Sezai, los Miyasaka, y sobre muchas otras familias de la comunidad de los inmigrantes japoneses en Cuba. Cuando comenzamos a juntar las piezas para este relato, Rosa me hablaba de su preocupación por que el paso del tiempo borrara la memoria de sus abuelos, en sus palabras de ese momento: “quisiera que las próximas generaciones supieran de sus raíces”. Este conocimiento sería valioso para los descendientes de los Sezai, pero también para la comunidad; el lente de Chieko y Tõji traspasó el círculo privado de la familia y captó instantes de las vidas de otros inmigrantes, junto a los cuales ellos también aparecen en muchas imágenes. Cada historia familiar alcanza nuevos significados como parte de otra más general, de la colectividad. Como la anécdota de la afición por la pelota del menor de los hijos de Chieko y Tõji. Según Raúl, de su padre se comentaba que jugaba en un equipo de pelota famoso en su época por ser muy bueno y por tener “dos cabezas japonesas”: su padre en primera base, y otro jugador que ocupaba la tercera, de cuyo nombre no se acordaba. Pero yo había escuchado la historia antes, por mi padre sabía que Raúl había jugado con Soichi Itokazu, y que ambos habían sido excelentes peloteros amateurs. De manera que a través de una misma anécdota se entrelazan tres memorias familiares, o quizás muchas más; como una de esas fotos de grupo que dejaron Chieko y Tõji, en las que su recuerdo se une al de otros inmigrantes japoneses.
Agradecimientos por la información y las fotos a la familia Sezai, en especial a Rosa María; a Raúl, y a su hija Yeneiky. También a mi padre, Francisco Miyasaka, y a Misaki Kaida Adachi.
El contenido y las imágenes de este texto forman parte de un libro que actualmente escribo sobre la historia de mi familia y de la inmigración japonesa a Cuba. Las imágenes también pertenecen a mi proyecto de archivo digital para la preservación e identificación de las fotos de los inmigrantes japoneses y sus descendientes en Cuba.