De lunes a Domingo Mori

 Entrevista a Alfredo Mori por Miharu M. Miyasaka

  

Alfredo Mori y yo compartimos un mismo recuerdo de la infancia, cuando íbamos todos los años a la peregrinación al Panteón de la Colonia Japonesa y después a la residencia del Embajador de Japón. Era en los años 80 y principios de los 90, los japoneses y sus descendientes se encontraban allí para honrar la memoria de aquellos que ya habían fallecido. Así lo hacían mis abuelos japoneses, Kanji Miyasaka y Kesano Machida, u Oji y Oba, como les llamaban sus nietos. 

Después de conocer la historia de Alfredo me di cuenta de que fui afortunada de haber conocido a mis abuelos, tengo muchas memorias de ellos y lo japonés fue algo común en mi vida. Él me explica que no conoció a sus abuelos, Heikishi Mori y Haru Haguihara. “Creo que mi abuelo murió en 1973, de mi abuela no sé, y ya no tengo a mis padres para preguntarles. De mi familia paterna no tengo muchos datos, solo los que he podido recopilar después de adulto, no llegó a mí nada de las tradiciones japonesas de mi familia, solo las que veía en los encuentros en la residencia del Embajador cuando era niño”. 

Entre los fragmentos de la información de Alfredo y de lo que yo había leído en el libro Japoneses en Cuba, pudimos armar una concisa historia de su abuelo: Heikichi Mori Takiguchi, quien, según el libro, falleció en Cuba el 19 de agosto de 1976.

Entre las cosas que él más recuerda es “una anécdota graciosa que mi mamá siempre me hacía. Cuando mi abuelo llegó, tenía que inscribirse con un nombre latino, no podía ser el japonés, y como mi abuelo apenas hablaba español, cuando fue a la oficina de registro le dijo a la señora que estaba tomando los nombres: 

-Bueno, póngame lunes.

La señora le dice: -No, lunes no puede ser, lunes no es un nombre.

Mi abuelo le responde: -Entonces póngame martes.

La señora contesta: -Pero es que martes tampoco es un nombre.

Y así sucesivamente mi abuelo fue diciéndole todos los días de la semana, uno por uno, hasta que llegó al domingo.

Y la señora le dice: -Ah, domingo sí, Domingo sí es un nombre. Y entonces al final se quedó como Sr. Domingo Mori”.

Los historiadores Rolando Álvarez y Marta Guzmán explican en Japoneses en Cuba que Heikichi Mori “[ll]egó solo buscando fortuna el 1 de agosto de 1916 procedente de México, trajo a su esposa siete años después, siempre con el objetivo de regresar a Japón, pero cambiaron de opinión al aclimatarse en Cuba, y decidir crear una familia con tres hijos”. Su nieto agrega que la esposa de Heikichi, Haru, vino con un hermano que se quedó a vivir en la Isla de la Juventud y murió allí, y que los hijos se llamaban: Alberto, Ángel y Dolores Mori Haguihara. Todos ya fallecieron.

 
Heikishi Mori y Haru Haguihara con su hijo Ángel

Heikishi Mori y Haru Haguihara con su hijo Ángel

 
 
Ángel y Alberto Mori Haguihara en el central Constanza

Ángel y Alberto Mori Haguihara en el central Constanza

 

“Cuando mi abuelo llegó a Cuba –continúa– se asentó en Camagüey, donde había una colonia japonesa. Allí trabajó como jardinero de la residencia de los dueños de un central que se llamaba Constanza. Después, ya con familia, viene a la Habana porque mi tío Ángel, su primer hijo en Cuba, venía a montar una academia de aprendizaje. Se llamó Academia Mory, estaba ubicada en la Virgen del Camino en San Miguel del Padrón. Mi abuelo dejó una hija en Japón, con ella mantuvo contacto mientras estuvo vivo. Le mandaba paquetes de caramelos a la familia en Japón; allá se ponían muy felices de saber de él y por las golosinas que mandaba que se repartían entre todos. Tengo la dirección a donde mi abuelo mandaba las cartas a su hija en la prefectura de Kagoshima; pero después que falleció se rompió la comunicación hasta el día de hoy. Supongo que debo tener familia allá, pero no lo sé”. 

Según Japoneses en Cuba, Heikichi Mori se encontraba “entre los japoneses de más nivel cultural y técnico llegados a Cuba [al ser] graduado de la Escuela Superior de Agricultura” en Japón. Alfredo todavía conserva el diploma de su abuelo, y explica con orgullo que era un especialista en botánica que se destacó por hacer injertos en las plantas.

 
(Der.-Izq.) Alfredo Mori (niño) con sus padres: Alberto Mori y Elvia Nerey; su tía paterna, Dolores, junto a su nuera e hijo; un primo (niño);  y en el extremo izquierdo de la foto el issei Goro Naito.

(Der.-Izq.) Alfredo Mori (niño) con sus padres: Alberto Mori y Elvia Nerey; su tía paterna, Dolores, junto a su nuera e hijo; un primo (niño); y en el extremo izquierdo de la foto el issei Goro Naito.

 

Alfredo visitó Japón en el 2020, como parte de un programa del Gobierno japonés para futuros líderes nikkeis. “Me costaba creerlo -cuenta sobre su experiencia-, ser el primero en mi familia, desde mis abuelos, en ir a Japón. Sentí mucha alegría y emoción al hacer realidad un sueño; jamás pensé que fuera a conocer al Japón actual, la ultramoderna metrópolis de Tokio, sus antiquísimos templos, conocer de primera mano la cultura, la gastronomía, la vida en general. Pero a la vez sentí tristeza porque mis padres no pudieron ser parte de ese momento tan especial, esa fue la parte más dura de mi experiencia”. 

 
Alfredo Mori en Tokio, 2020.

Alfredo Mori en Tokio, 2020.

 

Cuando contacté a Alfredo para conocer la historia de su abuelo, él tenía muchas incógnitas, y muy pocas certezas. Nuestros chats, a veces diarios, generaron un activo proceso de búsqueda; aparecieron muchos detalles, a veces muy pequeños y dispersos, pero que agrupados crearon un relato coherente del paso de Heikichi “Domingo” Mori por Cuba. Esta conversación nos mostró la importancia de intercambiar historias personales para (re)conocer nuestras experiencias como nikkeis, y de que todas nuestras memorias familiares forman parte de una historia más general: la de los japoneses y sus descendientes en Cuba. 


Fotos cortesía de Alfredo Mori.

Japoneses en Cuba. Rolando Álvarez, Marta Guzmán. La Habana: Fundación Fernando Ortiz, 2002. (pp. 31, 27, 28). 


© 2020 Miharu M. Miyasaka