Vidas inseparables

 Por Miharu M . Miyasaka

Cuando mi abuelo fue condecorado con La Orden del Sol Naciente en 1994, el detalle más significativo en las fotos de la ceremonia es que mi abuela no solo aparece como parte del grupo de amigos y familiares que asistieron, sino que está junto a mi abuelo en el momento en que él recibe su condecoración. Al ver la foto del acto oficial se podría pensar que ambos habían recibido la distinción del Emperador, cuando le pregunté a mi padre si él recordaba qué había comentado mi abuelo al recibirla, me respondió en plural: «Oba y Oji -como siempre los llamamos en la familia- se sintieron muy honrados con el reconocimiento». Ambos habían sido una pareja inseparable y por tanto, el reconocimiento de uno había sido también el del otro. En general siempre hubo una gran armonía en su relación de muchas décadas, como si hubieran logrado mantener esa conexión que los hiciera nacer y morir coincidentemente con cinco años de diferencia, él nació en 1907 y ella en 1912, y murieron en 1997 y en el 2002, casi a la misma edad de 90 años (ella murió menos de dos meses antes de cumplirlos). Habían pasado más de medio siglo juntos, desde que se conocieran en 1938, cuando Kesano Machida, una muchacha moderna e independiente que vivía y trabajaba en Tokyo, aceptara a través de su familia la propuesta de matrimonio de Kanji Miyasaka, un joven japonés que había emigrado a Cuba en 1924, y viajara a la isla a conocer a su esposo. Ella aceptó, le solía contar mi abuela a mi padre, porque conoció la historia de mi abuelo, que como hermano mayor había hecho muchos sacrificios por su familia y por la educación de sus hermanos, «acepté ir -explicaba ella- porque entendí que era un buen hombre».

 
Kesano Machida y Kanji Miyasaka con su hijo Francisco, Central Stewart (hoy Venezuela), Ciego de Ávila, 1941 .

Kesano Machida y Kanji Miyasaka con su hijo Francisco, Central Stewart (hoy Venezuela), Ciego de Ávila, 1941 .

Kanji Miyasaka y Kesano Machida. Ceremonia de otorgamiento de La Orden del Sol Naciente a Kanji Miyasaka. Residencia del Embajador de Japón en Cuba, La Habana, 1994.

Kanji Miyasaka y Kesano Machida. Ceremonia de otorgamiento de La Orden del Sol Naciente a Kanji Miyasaka. Residencia del Embajador de Japón en Cuba, La Habana, 1994.

 
Francisco Miyasaka preside un acto oficial por el Centenario en el Panteón de la Colonia Japonesa de Cuba, La Habana, septiembre de 1998.

Francisco Miyasaka preside un acto oficial por el Centenario en el Panteón de la Colonia Japonesa de Cuba, La Habana, septiembre de 1998.

En la última década del siglo XX, que fue la etapa final de la vida de Oji -versión corta de Ojiichan, que es una forma afectuosa de decir abuelo en japonés-, él fue el último issei en presidir el Renrakukai o Grupo de Enlace de la Colonia Japonesa de Cuba. Debe haber sido un tiempo difícil para él, pues al estar a cargo de los censos nacionales y de la administración del Panteón tenía una visión general del decrecimiento de la primera generación. Murió un año antes de la conmemoración del centenario de la inmigración japonesa en 1998, pero hubiera estado orgulloso de que su hijo Francisco cumpliera lo que él le había pedido, que continuara la labor del Renrakukai para la preservación de la comunidad nikkei.

En las décadas de 1970 y 1980 mis abuelos asistían habitualmente a las peregrinaciones al Panteón y a los diversos encuentros de la colonia, en general fue una época muy dinámica para la comunidad nikkei, que muchos descendientes recuerdan con nostalgia. Muchos de los isseis que asistían se conocían desde hacía más de medio siglo, y no deja de sorprender que a pesar del tiempo, las distancias, las diversas experiencias de vida, sus diferentes personalidades y lugares de nacimiento en Japón y de asentamiento en Cuba, lograran mantener un sentido colectivo de amistad y fraternidad. 

 
Encuentro en la Residencia del Embajador de Japón, década de 1970.  Kesano Machida (primera fila, tercera der.-izq.) y Kanji Miyasaka (segunda fila, segundo izq.-der.). Otros en la foto: Kesano y Mosaku Harada, Goro Naito y su esposa Luisa, Riichi S…

Encuentro en la Residencia del Embajador de Japón, década de 1970. Kesano Machida (primera fila, tercera der.-izq.) y Kanji Miyasaka (segunda fila, segundo izq.-der.). Otros en la foto: Kesano y Mosaku Harada, Goro Naito y su esposa Luisa, Riichi Sakakibara, Takeshige Kagawa, Yuji y Nami Chikui.

 
Kanji Miyasaka, Ciudad Deportiva, década de 1980.

Kanji Miyasaka, Ciudad Deportiva, década de 1980.

En la terraza y en el patio de la casa de mis abuelos siempre había muchas flores y plantas, el patio sobre todo era un mar de macetas sobre las que Oji volcaba su pasión por la jardinería, oficio de otras décadas que en estos años era su gran pasatiempo, siempre orgulloso de cuando florecían las orquídeas. En las décadas de 1970 y 1980 Oji trabajó en el INDER (Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación) como traductor e intérprete de los atletas japoneses que visitaban el país. Él caminaba todos los días a la Ciudad Deportiva desde su casa en el Vedado, aunque no tenía una constitución corpulenta su fortaleza física era evidente en esas caminadas de varios kilómetros que hizo hasta que se retiró a los 82 años. Uno de mis mejores recuerdos de él en esta etapa de mi infancia en los 80 es de cuando jugábamos a las escondidas en su casa del Vedado, siempre me sorprendía lo rápido que corría para su edad. A pesar de dar la impresión de ser un señor mayor, frágil y delgado, era muy fuerte y ágil, el contraste fue un aspecto interesante de su personalidad, pues era muy reservado e inspiraba mucho respeto, pero también podía ser muy sociable y en palabras de mi padre, muy aplatanao. Lo que me hace recordar de esas décadas las fiestas que él celebraba por su cumpleaños, a las que iban todos sus compañeros de la Ciudad Deportiva; la casa del Vedado, por lo general con un ambiente callado y sereno, se llenaba ese día de mucho bullicio y alegría, y él siempre esperaba con ansia ese día de celebración. 

Kenji Takeuchi

Kenji Takeuchi

Pero también fue una etapa de ausencias. En 1977 murió el mejor y más querido amigo de Oji en Cuba: Kenji Takeuchi, a quien siempre visitaba todos los domingos en la modesta vivienda que este tenía en su finca del Wajay, donde funcionaba el Centro Experimental de Floricultura. La gran amistad entre ellos se inició en los años 40 cuando ambos estuvieron encarcelados en el Presidio Modelo de la Isla de la Juventud a raíz de la Segunda Guerra Mundial. Takeuchi había llegado a La Habana en 1931 de tránsito hacia la Universidad de Cornell en Estados Unidos, decidiría quedarse en Cuba y desde la década de 1950 sería muy reconocido por su trabajo investigativo y experimental en el campo de la fisiología vegetal y de las especies de flores. Cuando Takeuchi murió, Oji puso su foto al lado del osario donde descansan sus restos en el Panteón, en honor a su gran amigo.

(Izq.-der.) Chieko Sezai, Kesano Machida, Kazue Nagase, Rosa Iwama y la señora Ogawa.

(Izq.-der.) Chieko Sezai, Kesano Machida, Kazue Nagase, Rosa Iwama y la señora Ogawa.

La etapa de los 70 y 80 también fue de ausencias para Oba -versión corta de Obaachan, que es una forma afectuosa de decir abuela en japonés-, ya no están algunas de las amigas con las que aparece en muchas de las imágenes de décadas anteriores. Recientemente mi padre compartió conmigo una foto de ella en la década de los 50 junto a las isseis Chieko Sezai, Kazue Nagase, Rosa Iwama y la señora Ogawa, hay una belleza en la imagen que emana de la pose informal, la armonía de los vestidos y las expresiones sonrientes de las cinco mujeres. Son rostros que se repiten en otras fotos de Oba de esa época, sobre todo los de Nagase e Iwama, con quienes parece haber tenido una buena amistad. Mi abuela siempre llevó una vida bastante hogareña, no tenía una vida social muy activa, sus salidas eran por lo general a encuentros familiares y de la colonia; sin embargo, en muchas de sus fotos de los 50 y 60, en diferentes contextos y fechas, aparecía muchas veces en compañía de las señoras Iwama, Nagase, Ogawa, Sezai y Katou. La amistad con Chieko Sezai es una historia que viene de décadas anteriores, la tía Chieko u Obasan, como le llamaba mi papá, viajó a Japón para acompañar a mi abuela en su viaje a Cuba, ella era la esposa del tío de mi abuelo, Tõji Sezai, quien fue el primero de la familia en emigrar a Cuba y la razón por la que mi abuelo se asentó inicialmente en la provincia de Ciego de Ávila, donde se habían radicado los Sezai (en Pina, hoy Ciro Redondo).

En la década del 60, Oji trabajó de traductor y de intérprete en la Embajada de Cuba en Japón y mi padre de Agregado Comercial en esa sede diplomática, para esa fecha mi abuelo había alcanzado un excelente dominio del español, y el japonés fue el primer idioma mi padre, el único que siempre hablaron entre ellos. La coincidencia de los tres en Tokyo fue una experiencia única, al poder reencontrarse con la familia y visitar la tierra natal de ambos, Nagano. Mi padre recuerda que Oji quedó muy sorprendido por los cambios en Japón, un país que él había visto por última vez en 1924, antes del crecimiento económico que llegaría en la postguerra.

Hasta hace unos años la humilde casa de mis abuelos en el Central Stewart (hoy Venezuela), en Ciego de Ávila, se mantenía casi idéntica a como mi padre la recordaba de su infancia. Algunas cosas se mantienen inalterables a pesar del tiempo, como algunos recuerdos que permanecen en nuestra memoria con la nitidez de la realidad pasada. Para mi padre hay dos cosas que quedaron con él de esta etapa :«la infancia pobre pero feliz que tuve junto a mis padres», y la imagen de un trillo cerca de la casa por el que dos guardias se alejaban con mi abuelo cuando lo detuvieron a raíz del decreto de 1941 que declaraba «extranjeros enemigos» a todos los japoneses residentes en Cuba.

Foto actual de la casa en la que vivieron Kanji Miyasaka y Kesano Machida en el Central Stewart, Ciego de Ávila.

Foto actual de la casa en la que vivieron Kanji Miyasaka y Kesano Machida en el Central Stewart, Ciego de Ávila.

Mi abuelo nunca habló de esos años en los que 350 japoneses -341 isseis y 9 descendientes mayores de 18 años- fueron internados en el Reclusorio Nacional para Varones o Presidio Modelo en la Isla de Pinos. Entre 1942 y 1943 fueron enviados a esa prisión en diferentes grupos, fue un proceso irregular y desorganizado en el que inicialmente se detuvieron a las mujeres y los niños, para luego dejarlos en libertad. A diferencia de otros modelos de internamiento en Norteamérica en el caso cubano las familias fueron divididas, siendo encarcelados solo los hombres y sus descendientes varones mayores de edad, si bien hubo varios casos de mujeres. Más allá del sufrimiento y de la humillación del encierro, estos hombres enfrentaron la incertidumbre sobre el destino de las familias de las cuales eran el principal y/o único sustento. En el caso de mi abuela, con solo cinco años en Cuba, el poco conocimiento del idioma fue un obstáculo al que se sobrepuso para mantener a su hijo de cuatro años, confeccionaba tejidos, bordados y flores de papel crepé para vender en el batey del central.

En el caso de los japoneses no es exagerado concluir que la discriminación económica y racial influyó en el trato desproporcionado que tuvieron respecto a los otros dos grupos de «extranjeros enemigos». La excarcelación de los alemanes e italianos fue inmediata a la capitulación de sus respectivos países, en 1945 y 1943, los japoneses permanecieron recluidos hasta 1946, casi seis meses después de la rendición de Japón.

Fue un evento cruel para estos inmigrantes, a los que no se les hicieron investigaciones para concluir que eran espías o enemigos; algunos murieron en el presidio, otros encontraron negocios arruinados, apropiados, malversados por los interventores, hijos que fallecieron durante su ausencia. Es importante recordarlos como víctimas que fueron desprovistas del control sobre sus vidas, pero también como individuos que enfrentaron estos obstáculos, entre otras formas, funcionando como un colectivo que bajo principios de unidad y solidaridad creó mecanismos de supervivencia. Hay muchas anécdotas admirables de camaradería entre los japoneses internados, mi abuelo, quien poseía sangre O positiva, en ocasiones la donó a otros que necesitaban transfusiones, a pesar de tener un cuerpo debilitado por las paupérrimas condiciones alimentarias; también hay historias de ayuda mutua entre familias que quedaron desamparadas, del nuevo rol que asumieron las mujeres, ahora las madres de familia, de hijos que aunque pequeños asumieron roles de adultos, y también de cubanos que a pesar del discurso oficial anti-japonés en su mayoría fueron solidarios. Los 40 quedaron marcados por una experiencia traumática, no sería la única ocasión en que enfrentarían una realidad adversa, pero en honor a ellos hay que recordarlos también por el dinamismo y la tenacidad en su disposición de no conformarse y salir adelante.

El final del internamiento significó también el cierre de una etapa para mis abuelos, dejaron atrás la vida en Ciego de Ávila para recomenzar en La Habana. Quedarían siempre muchas memorias del mundo del central, también de los amigos y de la familia; habían pasado casi dos décadas desde que mi abuelo llegara en 1924 y eventualmente se asentara en el Central Stewart. Tal vez recordarían esos tiempos como siempre lo ha hecho mi padre: fueron difíciles, hubo pobreza, pero también felicidad. Para ellos la vida en La Habana, donde mi abuelo consiguió trabajo en la finca de la familia de Rosalía Abreu, popularmente conocida como Finca de los Monos, siguió un curso similar al que tenía en Ciego, dedicada al trabajo y al bienestar de su hijo, con la excepción de los eventos de la colonia japonesa, que se convirtió, sobre todo para mi abuelo, en un elemento inseparable de su vida.

Tengo muchas memorias de Oba y Oji, a él siempre lo recuerdo con su sombrero tipo pescador o bucket hat, sereno y energético, sensible y recto, callado y conversador, que inspiraba mucho respeto y cariño, a mi abuela como una mujer muy elegante, de maneras refinadas y hablar mesurado, una excelente cocinera, con su pose esbelta que ella me explicaba que había aprendido en su años de estudiante y el estilo delicado de sus vestidos. En los últimos años he conocido más sobre sus vidas a través de las historias que me cuenta mi papá, en quien dejaron la huella de una profunda admiración y de un gran amor por sus padres.

 
Fotos de Oba y Oji (6)-2 2.jpg
 

Agradecimientos a mi padre, Francisco Miyasaka, por compartir conmigo innumerables historias de mis abuelos y de la colonia japonesa. También a Isabel y Sayuri Ishikawa, que siempre me ayudan en estas cosas de la memoria.

Todas las fotos son de archivo personal © cubanonikkei

© Miharu M. Miyasaka 2021