Toyosaku y Sayoko: sueños y realidades

 

Entrevista a Heidy Lima Takahashi

 

Toyosaku Alberto Takahashi vivió una larga vida, casi a la mitad entre Cuba y Japón, emigró con 45 años y pasó en Cuba los próximos 58 años, hasta su fallecimiento en 1988 a la edad de 103 años. Fue una existencia longeva, con una familia numerosa de la que hoy en día quedan muchos descendientes en la provincia de Cienfuegos, que estuvo marcada además por los numerosos retos que enfrentó como inmigrante. A comienzos de 1986, Takahashi recibió una distinción por esa extensa trayectoria de vida; a través de la Embajada de Japón en Cuba se le obsequió una copa de plata y un diploma, siguiendo una tradición por la que desde 1963 el Gobierno de Japón hace este reconocimiento a los japoneses por sus centenarios. Su nieta, Heidy Lima Takahashi, tiene muy vívido ese recuerdo de su infancia, cuando llegaron a entregarle la distinción a su abuelo, y también la curiosidad de ella y sus hermanas por la copa de sake conmemorativa; desde su perspectiva de niña, era otro de esos «objetos bonitos y extraños» de sus abuelos, como «las maletas traídas con la migración, o los libros y las revistas de Japón que nuestra abuela, Sayoko Yosikawa, nos leía y nos traducía».

 
Toyosaku Takahashi y Sayoko Yosikawa

Toyosaku Takahashi y Sayoko Yosikawa

 

Heidy me contó su historia familiar, en la que sobresalen admirables anécdotas de determinación y de supervivencia, en la que sus abuelos tuvieron que recomenzar después de muchos fracasos, y con cada intento le apostaron, una y otra vez, a una nueva y mejor vida. «La primera vez que mi abuelo entró en Cuba, en el año 1930, vino sin su esposa, en busca de un cambio de vida; inicialmente estuvo en México unos meses, pero no le fue bien y se fue a Cuba ese mismo año. Se asentó con un grupo de japoneses en Cienfuegos, y en sociedad trabajaron en una tienda que se llamaba la Quincaya (actualmente es la tienda Eureka). Al ver que le iba bien regresó a Japón a buscar a mi abuela, ambos eran de la prefectura de Kumamoto, pero una vez asentados en Cienfuegos los negocios empezaron a empeorar y se fue desintegrando dicha sociedad. Se fueron para Camagüey recomendados por un amigo japonés, a trabajar en la agricultura en asociación con un cubano. Allí estuvieron alrededor de dos años y tuvieron su primera hija, quien falleció por un accidente con un caballo, también tuvieron un niño que murió de poliomielitis a los dos años. Después de fracasar como agricultores en Camagüey deciden retornar a Horquita, un batey del municipio de Abreus, en Cienfuegos, donde existía una pequeña colonia japonesa dirigida por un japonés de nombre Henomoto.

En Horquita estuvieron trabajando unos años, pero no les iba muy bien, y bajo la decisión de mi abuela se independizaron y se asentaron en Galindo, Yaguaramas. Cerca de allí, en Abreus, compraron una casa con cinco caballerías de tierra para cosechar arroz y lograron estabilizar un poco su economía trabajando la tierra, siempre en convenio con algún hacendado. En la casa de Abreus nacieron los demás hijos: Isabel, Lilia, Alberto y Dolores». 

 
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Sayoko yosikawa junto a sus hijos: Isabel, Lilia, Dolores y Alberto

 
 
Isabel, Lilia y Dolores

Isabel, Lilia y Dolores

 

«En este tiempo, en los años 40, recogieron a todos los japoneses en Cuba [durante la Segunda Guerra Mundial fueron encarcelados entre 1942-1946 en el Presidio Modelo]. Mi abuelo estuvo cuatro años preso en la Isla de la Juventud, ya que fue acusado de espía. En el caso de él, Henomoto y Mori, fueron acusados además de líderes del grupo de espionaje, lo cual era falso, y fueron apresados un año antes que los demás japoneses. Mi familia incluso recuerda un zepelín que en días alternos volaba sobre la casa velando que no hubiese visitas de otros japoneses. A mi abuela también la recogieron, pero la soltaron por tener niños pequeños». 

 
Sayoko Yosikawa junto a su hijo Alberto

Sayoko Yosikawa junto a su hijo Alberto

 

«Después, en los años 57-58, mi tío Alberto se unió al Ejército Rebelde en el Escambray hasta que triunfó la revolución, debido a esto el gobierno de ese entonces les quemó la casa de Galindo, y mi familia quedó devastada ante tal situación. Después de 1959 mis abuelos se asentaron en Yaguaramas, donde culminaron sus vidas junto a todos sus hijos. En la actualidad logramos traerlos a todos a Aguada de Pasajeros, también en Cienfuegos, y toda la familia vive en el mismo municipio».

«Mis tíos y mis abuelos hablaban mucho en japonés, pero no nos enseñaron el idioma, aprendí algunas palabras, muy pocas. Por ser la mayor estuve más tiempo con ellos y también conviví con ellos, me interesaba por las historias que me contaban, de hecho, adoraba dormir con mi abuela, ella me dormía contándome historias de Japón».

De ahí parte del entusiasmo con que me habla de su próxima visita al país de esas historias familiares, del cual ella pronto podrá contar sus propias anécdotas como nikkei. Me explica con orgullo que fue elegida para participar en un curso de capacitación, Mejoramiento de la calidad del servicio y seguridad hospitalaria, a través de JICA (Japanese International Cooperation Agency, o Agencia de Cooperación Internacional del Japón). «Me eligieron por mi experiencia de veinticuatro años como graduada de Administración y economía de salud, es una gran oportunidad para intercambiar y conocer sobre esa profesión en Japón. Será bonito conocer el país e intercambiar culturas y experiencias, para luego contarlas en mi comunidad». En lo familiar, será una experiencia interesante conocer el país de sus abuelos, sobre todo porque estos, después de emigrar a Cuba en la década de 1930, nunca más tuvieron comunicación con Japón.  

Heidy junto a  su mamá , Dolores TAkahashi

Heidy junto a su mamá , Dolores TAkahashi

Para el tiempo en que Heidy nació, su abuelo Toyosaku ya era muy anciano y no recordaba muchas cosas, según me cuenta, para ese entonces él casi siempre hablaba en japonés, y contaba historias de cuando era joven allá en Kumamoto. Con su abuela Sayoko pasó más tiempo, pues no fallecería hasta 1997, y acumula muchas memorias, «era muy cariñosa y emprendedora, de hecho, ella siempre fue la guía de la familia porque mi abuelo era soñador y ella realista. Recuerdo que dormía con ella cuando iba a su casa en vacaciones, y me contaba muchas historias de sus hermanos de Japón y de cómo vivían, también que nació en Hawái y después se fue a Japón, que el matrimonio de ella y mi abuelo había sido arreglado, desde chiquita entre las familias habían acordado que sus hijos se casarían y así fue, se casó con abuelo cuando fue mayor de edad, también hablaba de cómo vivían, que eran muy humildes pero que nunca les faltó nada. Y como esas muchas historias más, yo la adoraba y ella a mí. Cuando hablaba con sus hijas siempre lo hacía en japonés, y yo las regañaba porque no las entendía. Me enseñó, entre otras cosas, los poderes curativos de las plantas, y a hacer la sopa de acelgas, que es una delicia».

Sayoko y Toyosaku

Sayoko y Toyosaku

Sayoko y Toyosaku vivieron muchos años, esta última foto, en contraste con la primera, revela el paso del tiempo por esta pareja que emprendió un largo recorrido de Kumamoto a Cienfuegos, repleto de retos, fracasos, anécdotas felices, sueños y realidades, y que entre los dos parecen haber vivido muchas vidas.

 

© Miharu M. Miyasaka 2021

Fotos cortesía de Heidy Lima Takahashi

La familia Takahashi aparece mencionada en el libro publicado en Japón: 108-nen no shiawase na kodoku: Kyūba saigo no Nihonjin imin, Shimazu Miichirō / 108年の幸せな孤独: キューバ最後の日本人移民, 島津三一郎/ 中野健太 / Una existencia de 108 años felices: Shimazu Miichiro, el último inmigrante japonés de Cuba). Kenta Nakano. Tōkyō: Kadokawa Shoten, 2017.