Kasei Tamaki y Mie Asato, okinawenses en las márgenes del río Cauto

Por Lidia Sánchez Fujishiro

 

Okinawa, el archipiélago más meridional de Japón, tiene una historia que está condicionada por una larga influencia de China y por la anexión de Japón en 1879. Los okinawenses poseen una fisonomía, religión, lengua y cultura singulares, ellos fueron protagonistas del más amplio movimiento migratorio de todo el territorio japonés desde finales del siglo XIX. Un número importante llegó a la América Latina y en Cuba su presencia fue predominante entre los japoneses que arribaron desde 1898.

Entre ellos llegó a la isla caribeña Kasei Tamaki, nacido el 18 de enero de 1912 y procedente de Nago, sitio norteño de la isla de Okinawa. Él era el hijo único de una viuda que al comienzo de la década del treinta lo alienta a que salga del país ante el peligro de su reclutamiento por las fuerzas del gobierno militarista y su envío a China, que era el objetivo principal de la política expansionista de Japón en esos momentos. La emigración para los hombres okinawenses era la solución ante los problemas que atravesaban debido a la dura situación económica, el nacionalismo japonés y la posibilidad de ser un conscripto. 

Llega a Cuba en 1935 en la plenitud de sus veinte años y dispuesto a los mayores sacrificios para hacer fortuna y establecerse con rapidez, quizás sin saber que arribaba a un país que atravesaba una profunda crisis económica y política que hacía muy difícil la vida para los cubanos y mucho más para los extranjeros, en especial para antillanos y asiáticos que no clasificaban como "extranjeros deseados" según las leyes migratorias vigentes en la época. 

Como casi todos los emigrantes japoneses, recorre diferentes lugares urbanos y rurales y se relaciona con sus coterráneos, vence las dificultades del idioma al aprender con rapidez los rudimentos comunicativos esenciales y se emplea en disímiles labores agrícolas o de la infraestructura propia de los centrales azucareros, incluso se dedica a vender billetes de lotería. Finalmente se establece en el pueblo de Esmeralda en la zona norte de la provincia de Camagüey.

 
Kasei Tamaki y Mie Asato

Kasei Tamaki y Mie Asato

 

Independientemente de que debe buscar su sustento y enviar ayuda a su madre tiene un gran acicate para trabajar mucho y ganar dinero, ha dejado un amor en su tierra natal: su novia Mie Asato; tiene hecha ante sus suegros la promesa de casamiento y de traerla a Cuba. El cumplimiento de lo prometido resultaba una empresa gigantesca por cuanto debía pagar el viaje de Mie de Japón a Cuba, el cual incluía entre otras cosas: expedición de documentos, billete del barco y transportación desde Okinawa; también debía pagar su estancia en Panamá ya que allí se casarían por poder, y costear el regreso hasta Esmeralda en Camagüey.

Lo anterior suponía una vida de sacrificios para acumular el monto del dinero. Como buen okinawense no ceja en su empeño, trabaja sin descanso, se asesora y organiza todos los detalles y al fin hace realidad su sueño cuando Mie llega a Cuba en el año 1937. El matrimonio se había efectuado el día primero de septiembre de ese mismo año.

Comenzó para la pareja recién casada un difícil período para lograr organizar su vida y abrirse paso en un país extraño, pero nada los detuvo ya que tenían el impulso del amor y la fuerza de la juventud, además, Kasei era un trabajador incansable y lleno de optimismo. La alegría llenó el hogar cuando la unión se enriqueció con la llegada de dos hijas, la primera fue Berta Chieiko y dos años después Keiko. 

 
Kasei Tamaki y Mie Asato con sus hijas Berta Chieiko y Keiko

Kasei Tamaki y Mie Asato con sus hijas Berta Chieiko y Keiko

 

En la continua búsqueda de mayor prosperidad conoce de la existencia de varios coterráneos que han encontrado fuentes de ingreso y estabilidad en la zona más oriental del país, hacia allí se dirige el matrimonio con sus hijas, toman rumbo sur y se detienen en Palma Soriano, pueblo de la antigua provincia de Oriente distante solo 45 kilómetros de Santiago de Cuba, la capital provincial. Aunque la región más oriental de Cuba en su parte sur no se distinguía por la presencia numerosa de emigrantes japoneses, Palma Soriano tenía una historia de familias niponas asentadas allí desde épocas tempranas, entre ellas los Toyama, okinawenses como ellos, los Kato y los Manabe.

Es posible que Kasei Tamaki encontrara allí similitudes con su tierra natal: la geografía, el clima, el calor y la expresividad de sus habitantes, la belleza del río Cauto que atravesaba el poblado, los sembrados de caña de azúcar; todos estos elementos le hacen pensar que había llegado al sitio indicado.

 
Berta Chieiko, Mie Asato, Kasei Tamaki y  Keiko

Berta Chieiko, Mie Asato, Kasei Tamaki y Keiko

 

La familia se instala en una casa situada en la calle Martí esquina a Céspedes y establece con sus ahorros un pequeño negocio de alimentos ligeros en ese entonces llamado popularmente "cafetería". Su seriedad y buen servicio le permiten prosperar y posteriormente la familia Tamaki se traslada para un lugar más espacioso en la misma calle y esto le permite ampliar su negocio.

Era feliz la familia Tamaki hasta que se inicia la Segunda Guerra Mundial y Cuba como todos los aliados de los Estados Unidos declara la guerra a Japón y, en consecuencia, en diciembre de 1941 los japoneses residentes en el país son declarados "enemigos de guerra”. Entonces Kasei es apresado junto a otros coterráneos y todos son trasladados a la cárcel de la Isla de Pinos, que funcionó como una especie de campo de concentración durante el periodo bélico.

La detención de Kasei produjo gran consternación entre sus vecinos pues era altamente apreciado en su comunidad, nadie entendía las razones de ese apresamiento por ser un hombre pacífico, afable, dedicado a su familia y al trabajo. Él era el sostén de su esposa e hijas que ahora quedaban sin amparo, desconcertadas y aterradas por lo inexplicable. Al igual que los japoneses de las zonas orientales del país, Tamaki sufrió las vejaciones y el maltrato de un traslado a través de prácticamente todo el país, el más largo peregrinar, fueron cientos de kilómetros por carretera, y la travesía final por barco para cubrir la distancia que separaba Cuba de la Isla de Pinos, donde se ubicaba el llamado Presidio Modelo.

Durante tres años permaneció allí apresado en condiciones deplorables de confinamiento, con el temor de ser deportado en cualquier momento, amenazado incluso con la posibilidad de una ejecución y con el sufrimiento constante al pensar en la suerte de sus hijas y su esposa durante su ausencia. Las visitas al penal estaban programadas para los familiares cercanos: padres, hermanos, esposas e hijos, y ocurrían el tercer jueves de cada mes, a las 12 del día y con una duración de quince minutos bajo la supervisión de un policía, la conversación era a una distancia de un metro y debía ser en español, lo cual creaba una situación caótica y desesperada.

Visitar a los confinados era muy costoso ya que se debía llegar hasta el puerto del Surgidero de Batabanó y tomar un barco que partía en horas de la mañana y regresaba a las 8 de la noche, el costo del pasaje de ida y vuelta era de 5 pesos por persona.

Los recuerdos de Berta Tamaki sobre esa etapa de la vida de sus padres son los siguientes: 

El presidio de Isla de Pinos fue lo más triste que le pasó a mi familia. Mamá contaba que viajaba desde Palma Soriano hasta Batabanó para coger el vapor que la llevaba donde mi padre. En uno de esos viajes el tacón del zapato de mamá se quedó trabado en las tablas del muelle y ella tuvo que mirar con desesperación como se iba el barco, lloraba y nos abrazaba a nosotras que éramos chiquitas, en este se iba la única esperanza que tenía de ver a papá, tendría que esperar un largo tiempo para la próxima visita.

Fueron tiempos muy duros, mamá prácticamente no dormía haciendo pru (bebida obtenida de la hervidura y fermentación de hojas y tallos) para venderlo a tres centavos el vaso.

Los familiares de los confinados sufrían los atropellos de los cuerpos policiales que efectuaban registros y confiscaciones en las viviendas sin justificación alguna, o se aprovechaban de las circunstancias para robar o estafar a las confiadas esposas.

Cuenta Berta:

Un día pasaron unos guardias por la casa y le preguntaron a mamá si tenía algo para mandarle a papá, ella sacó una barra de conserva como las que se hacían en aquellos tiempos, pero ellos dijeron que eso no lo podían llevar, que dinero sí, pero mamá no tenía dinero y se fueron.

Cuando finaliza la guerra, como se sabe, los japoneses no fueron puestos en libertad inmediatamente, permanecieron seis meses más que el resto de los extranjeros que compartían con ellos el presidio. Cuando finalmente son liberados lo hacen en primer lugar los padres de familia y luego los solteros. Muchos nunca más regresaron a los lugares donde habían vivido antes de la partida, pues conocían que ya allí no les quedaba nada: arruinadas las cosechas, confiscadas las tierras y en muchos casos arrasadas las viviendas por las fuerzas del gobierno, por ende, tomaron nuevos derroteros para una vez más empezar desde cero una nueva vida.

Kasei Tamaki regresó a su querida Palma Soriano, allí volvió al seno del hogar y al calor del amor de su familia, allí lo esperaba también una calurosa acogida de sus vecinos que se habían convertido en protectores de los suyos a pesar de no poseer grandes recursos. Milagrosamente se conservó la cafetería gracias al esfuerzo increíble de Mie.

 
Kasei tamaki (a la derecha) en su cafetería en Palma Soriano

Kasei tamaki (a la derecha) en su cafetería en Palma Soriano

 

Pero cuenta Berta:

Papá salió destruido de la cárcel, nunca más volvió a ser lo que era. No podía ni ver a un policía, porque salía corriendo, varias veces intentó quitarse la vida. Fue un tiempo difícil el de la cárcel injusta para los japoneses, tres años comiendo boniato, papá cuando salió juró que no lo comería más y lo cumplió. Para mamá fue doblemente duro, sola mientras papá estuvo allí y con un esposo diferente y enfermo al regreso.

Con la ayuda de vecinos y amigos la vida continuó para la familia Tamaki y en honor a su esforzada esposa Kasei reabrió su cafetería y la bautizó con el nombre de “La Japonesa”, hecho que se guarda hoy día en el recuerdo del pueblo de Palma Soriano. Con su negocio no solo mantuvo a su familia, sino que también pudo ayudar a los parientes de Okinawa, territorio que había sido el escudo de las islas mayores y había quedado arrasado, y luego bajo la condición de tierra ocupada por los EE. UU. durante largos años.

En 1985, la prefectura de Okinawa invitó a Kasei y a su esposa para que pudieran reencontrarse con su familia, pero su difícil situación de salud lo impidió y solo viajó Mie a recibir el homenaje. Ella pudo abrazar a sus hermanas y vivió tres meses inolvidables.

Mie Asato (de pie en el centro) junto a sus hermanas. Okinawa, 1985.

Mie Asato (de pie en el centro) junto a sus hermanas. Okinawa, 1985.

De esto nos cuenta Berta:

La vida la compensó, porque pudo volver a ver a su Okinawa querida en 1985, pero ya no era el campo donde ella vivía, ahora todo estaba transformado, lleno de edificios.

No volvió más a su tierra natal este esforzado okinawense, pero encontró en Cuba su patria de adopción, donde alcanzó sus sueños y pudo disfrutar de sus hijas talentosas y trabajadoras, ver con satisfacción crecer a su descendencia. Kasei Tamaki y su recuerdo quedaron para siempre en el oriente cubano, en las márgenes del mayor río de Cuba: el Cauto, este hombre vivió en Palma Soriano hasta su muerte ocurrida el día 21 de abril de 1987 a la edad de 75 años.

Mie y Kasei reposan en el camposanto de Palma Soriano, conocida como la ciudad del Cauto, en la tierra cubana que fue testigo de sus vidas honorables llenas de esfuerzos y de sacrificios, pero por sobre todas las cosas llenas de amor. Ambos disfrutaron la admiración y el respeto de todos los que tuvieron el privilegio de haberlos conocido. Hoy podemos encontrar las raíces de la familia que fundaron en este terruño del oriente cubano; Berta Chieiko, una de sus hijas, y parte de su descendencia hacen fe de ello.

 
Kasei Tamaki y Mie Asato con sus hijas Berta Chieiko y Keiko

Kasei Tamaki y Mie Asato con sus hijas Berta Chieiko y Keiko

 

© Lidia Sánchez Fujishiro

Lidia Sanchez Fujishiro es una descendiente de tercera generación que escribe e investiga sobre la inmigración japonesa a Cuba. Es la coordinadora regional del Comité Gestor de la Asociación de la Colonia Japonesa de Cuba para las provincias de Santiago de Cuba y Guantánamo. En el 2019 recibió La Orden del Sol Naciente, Rayos de Plata. Entre sus publicaciones destaca el libro sobre su abuelo: Un japonés en Santiago de Cuba: Una historia de amor. Santiago de Cuba: Ediciones Santiago, 2013.

Las fotos pertenecen a la familia Tamaki Asato.

Fuentes

Benita Eiko Iha Sashida. Shamisén. Nueva Gerona: Ediciones El Abra, 2002. (Citas de los testimonios de Berta Chieiko Tamaki).

Enrique Manchón. La injusticia de una sociedad. (inédito)

Entrevista a Berta Chieiko Tamaki por Lidia Sánchez Fujishiro. 18-6-2018.

Rolando Álvarez y Marta Guzmán. Japoneses en Cuba. La Habana: Fundación Fernando Ortiz, 2002.

Edición: Miharu M. Miyasaka